PS: ¿Renovación o acomodo?
La complacencia y la renuncia a la autocrítica severa no son consistentes con el espíritu socialista. Sólo una revolución interna puede devolver al PS la pasión por sus principios.
Jorge Arrate
Se ha renovado el Partido Socialista? ¿O se ha acomodado, como dice Carlos Altamirano en entrevista a La Tercera el domingo pasado? Pienso que ambas cosas. En el Congreso de Unidad de 1989 se consolidó una fuerza política renovada que hizo una crucial contribución a la recuperación de las libertades y a la progresiva, si bien incompleta, extensión de la democracia. Pero los socialistas no fuimos capaces de configurar una opción propia y diferenciada en materia económica. Como resultado, la desigual distribución del ingreso se ha mantenido y las diferencias absolutas entre chilenos se siguen ensanchando.
El país creció y se insertó en la economía mundial, aunque sin la debida protección del medio ambiente, las riquezas naturales básicas ni los derechos laborales. La Concertación se aclimató a los obstáculos y celadas de la transición. La inevitable búsqueda de acuerdos legislativos con la derecha pasó de necesidad a virtud. La convivencia política binominal y la exclusión se hicieron naturales. Los gobiernos, sensibles socialmente y con una obra apreciable, prefirieron la celebración de los éxitos a la autocrítica.
Desde su inicio la renovación fue polémica, atacada por unos como derechización y por otros como arrepentimiento hipócrita. Algunos entendieron el planteamiento de Altamirano y de quienes lo acompañamos como aislada minoría en el socialismo y la izquierda: la renovación rescataba una herencia doctrinaria -la de Eugenio González, la de Allende- enriquecida por el devenir social.
Era un replanteamiento de la relación entre democracia y socialismo y no postulaba la renuncia de los viejos ideales. En el último cuarto del siglo XX el mercado se expandía y la aspiración democrática se hacía universal. El eurocomunismo, los debates marxistas que sepultaban toda idea de ortodoxia, las transiciones en Europa mediterránea, luego las latinoamericanas y más tarde la "perestroika" soviética pusieron marco a la renovación socialista y a su consolidación. La renovación restableció la democracia como espacio y límite del accionar socialista, sostuvo la insuficiencia de la vieja y fructífera alianza de izquierda como eje de un proyecto transformador y postuló la necesidad de abrir un destacado espacio a los contingentes cristianos. Nunca planteó exclusiones. Pero en el plano económico no percibió la intensidad del cambio y subestimó el impacto que el mercado generaría en la cultura. Esa ola golpeó las puertas del Partido Socialista y se inició la "ultrarrenovación", con lobby y todo, con una inquietante mixtura entre roles empresariales privados y funciones partidarias, con el avance del individualismo y la primacía de los proyectos personales. La democracia incompleta, la exclusión o autoexclusión de la mitad de los ciudadanos, la desigualdad y la cultura mercantilizada son incompatibles con un inconformismo que está en los genes del socialismo. No son consistentes con el espíritu de los socialistas ni la complacencia ni la renuncia a la autocrítica severa y sistemática. Sólo una revolución interna puede devolver al Partido Socialista pasión por sus principios y presencia activa en la sociedad.
EX PRESIDENTE DEL PARTIDO SOCIALISTA Y EX MINISTRO DE ESTADO
La complacencia y la renuncia a la autocrítica severa no son consistentes con el espíritu socialista. Sólo una revolución interna puede devolver al PS la pasión por sus principios.
Jorge Arrate
Se ha renovado el Partido Socialista? ¿O se ha acomodado, como dice Carlos Altamirano en entrevista a La Tercera el domingo pasado? Pienso que ambas cosas. En el Congreso de Unidad de 1989 se consolidó una fuerza política renovada que hizo una crucial contribución a la recuperación de las libertades y a la progresiva, si bien incompleta, extensión de la democracia. Pero los socialistas no fuimos capaces de configurar una opción propia y diferenciada en materia económica. Como resultado, la desigual distribución del ingreso se ha mantenido y las diferencias absolutas entre chilenos se siguen ensanchando.
El país creció y se insertó en la economía mundial, aunque sin la debida protección del medio ambiente, las riquezas naturales básicas ni los derechos laborales. La Concertación se aclimató a los obstáculos y celadas de la transición. La inevitable búsqueda de acuerdos legislativos con la derecha pasó de necesidad a virtud. La convivencia política binominal y la exclusión se hicieron naturales. Los gobiernos, sensibles socialmente y con una obra apreciable, prefirieron la celebración de los éxitos a la autocrítica.
Desde su inicio la renovación fue polémica, atacada por unos como derechización y por otros como arrepentimiento hipócrita. Algunos entendieron el planteamiento de Altamirano y de quienes lo acompañamos como aislada minoría en el socialismo y la izquierda: la renovación rescataba una herencia doctrinaria -la de Eugenio González, la de Allende- enriquecida por el devenir social.
Era un replanteamiento de la relación entre democracia y socialismo y no postulaba la renuncia de los viejos ideales. En el último cuarto del siglo XX el mercado se expandía y la aspiración democrática se hacía universal. El eurocomunismo, los debates marxistas que sepultaban toda idea de ortodoxia, las transiciones en Europa mediterránea, luego las latinoamericanas y más tarde la "perestroika" soviética pusieron marco a la renovación socialista y a su consolidación. La renovación restableció la democracia como espacio y límite del accionar socialista, sostuvo la insuficiencia de la vieja y fructífera alianza de izquierda como eje de un proyecto transformador y postuló la necesidad de abrir un destacado espacio a los contingentes cristianos. Nunca planteó exclusiones. Pero en el plano económico no percibió la intensidad del cambio y subestimó el impacto que el mercado generaría en la cultura. Esa ola golpeó las puertas del Partido Socialista y se inició la "ultrarrenovación", con lobby y todo, con una inquietante mixtura entre roles empresariales privados y funciones partidarias, con el avance del individualismo y la primacía de los proyectos personales. La democracia incompleta, la exclusión o autoexclusión de la mitad de los ciudadanos, la desigualdad y la cultura mercantilizada son incompatibles con un inconformismo que está en los genes del socialismo. No son consistentes con el espíritu de los socialistas ni la complacencia ni la renuncia a la autocrítica severa y sistemática. Sólo una revolución interna puede devolver al Partido Socialista pasión por sus principios y presencia activa en la sociedad.
EX PRESIDENTE DEL PARTIDO SOCIALISTA Y EX MINISTRO DE ESTADO